Consciencia, hábitos y creencias - julio 27, 2022

¿Podemos diferenciar la salud del bienestar?

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¡Claro que sí! Y sobre todo cuando necesitamos comprender mejor nuestras experiencias y pensamientos respecto a estas temáticas.

Si hacemos el ejercicio de buscar una definición de cada uno de estos conceptos en internet, puede que nos encontremos con lo siguiente:

La salud descrita como el: “estado en que un ser u organismo vivo no tiene ninguna lesión ni padece ninguna enfermedad y ejerce con normalidad todas sus funciones.”

El bienestar expresado como el: “estado de la persona cuyas condiciones físicas y mentales le proporcionan un sentimiento de satisfacción y tranquilidad.”

Podemos notar que en ambos casos nos estamos refiriendo a un estado del ser o de la persona, sin embargo, cuando hablamos de salud estamos apuntando la ausencia de enfermedad, mientras que al hablar de bienestar estamos involucrando la aparición de ciertos sentimientos. Esta diferencia se vuelve importante cuando pensamos en quién puede determinar cada uno de los estados, ya que, según lo recién descrito, la salud puede ser evaluada por alguien externo mientras que el bienestar guarda una relación directa y exclusiva con quien lo experimenta.

La intención aquí no es enfrascarnos en un debate sobre la subjetividad de las cosas, sino que vislumbrar cómo nos relacionamos con la salud y el bienestar en nuestra vida.

Es común que las visitas al doctor nos causen preocupación e incluso temor. Sabemos que alguien externo nos examinará y puede que nos diga algo que no sabíamos o que no queríamos escuchar. Puede que hayamos percibido un síntoma o no, puede que conozcamos algo de lo que nos pasa o no, pero la verdad es que el doctor tiene la capacidad de notar nuestro estado de salud o enfermedad. Esto no quiere decir que esa persona externa tenga el poder o la responsabilidad sobre nuestra salud, también ocurre que algunos doctores no logran identificar aquello que nos pasa o no respetan correctamente nuestra propia experiencia respecto al tema. Si bien podríamos ahondar bastante en este punto hoy nos concentraremos en reconocer que sin duda ese temor que nos genera la posibilidad de enfermarnos suele funcionar como un motor para pasar a la acción. Es por esto que muchas veces entendemos la necesidad de cambiar nuestros hábitos como una forma de evitar que algo nos ocurra en el futuro, ya sea en un año o en 10.

Todo más o menos claro hasta aquí: tememos enfermarnos entonces tomamos acción para evitar aquellas cosas que promueven esos estados, pero ¿realmente nos es fácil actuar preventivamente por algo que puede o no ocurrirnos en un tiempo relativo? La experiencia nos demuestra que no, no es tan fácil tomar este incentivo como motor y si lo fuera tampoco nos es nutritivo actuar desde el miedo, entonces ¿qué pasa con el bienestar? El bienestar existe en el presente, nace como una serie de sentimientos a raíz de nuestras condiciones físicas, mentales y espirituales, permitiéndonos encontrar una motivación más tangible para generar cambios.

Por otra parte, el bienestar también nos permite actuar de forma equilibrada, considerando todas nuestras dimensiones al momento de decidir qué estilo de vida queremos llevar. Es algo así como el norte de nuestra brújula, que, aunque no siempre sea nuestra dirección exacta, sí puede ser una referencia importante. Por ejemplo, cuando queremos introducir nuevos hábitos de alimentación puede que nuestra mente racional lo comprenda a la perfección e incluso sostenga una serie de justificaciones científicas para apoyar tales cambios. Pero esto no quiere decir que no nos veamos afectados emocionalmente cuando se pongan en juego los entornos sociales o se activen ciertos pensamientos obsesivos que finalmente transforman el proceso en un agente estresor. Por esta razón es importante no sólo tener el objetivo futuro en mente, sino que también buscar el bienestar dentro del proceso. Abrirnos a experimentar nuestro propio camino escuchando atentamente los sentimientos que se despiertan en cada vivencia y así aprender a acompañarnos desde la comprensión.

Una perspectiva más orgánica y menos mecánica sobre las acciones que tomamos junto a los resultados que esperamos de ellas, es una buena manera de evitar caer en los pensamientos de “todo o nada” que suelen desestabilizarnos. Porque muchas veces tenemos la idea de que si rompimos la “dieta” entonces hemos fallado y ya no tiene sentido sostenerla hasta un próximo intento o la creencia de que no es bueno sentirnos cansados en un día donde nos propusimos hacer ejercicio porque entonces no lograremos la constancia “necesaria”. De esta forma caemos en una trampa que no nos permite fluir armónicamente convirtiendo lo que debería ser positivo para nuestro bienestar en una fuente de estrés.

Mal que mal los seres humanos experimentamos un montón de estados en nuestra vida y en ello es difícil encontrar blancos y negros. No somos muy amigos de las cosas absolutas y eso está perfecto puesto que los cambios son una constante en la vida.

Cuando integramos esta mirada podemos hacer cambios de hábitos bajo la misma perspectiva:

  • Llevar una alimentación saludable el 80% de las veces y permitirnos salir de eso un 20%, lo cual nos regalará la posibilidad de fluir en las circunstancias.
  • Comprender que hay días en que estamos más cansados y permitirnos hacer ejercicios más suaves o simplemente descansar.
  • Cumplir con nuestras responsabilidades y también permitirnos tiempos de relajo sin necesidad de ser “productivos”.

Porque si volvemos sobre la definición del bienestar también podemos identificar que los sentimientos descritos son la satisfacción y la tranquilidad, es decir la posibilidad de lograr lo que queremos a la vez que nos sentimos en paz, sin sobre exigirnos. Esta puede ser nuestra pauta para procurar el bienestar y con esto también cuidar de nuestra salud. Seguramente en la práctica esto tomará distintos matices y nos traerá nuevos aprendizajes sobre nuestra relación con estos estados, pero entre tantos estímulos y transformaciones siempre nos vendrá bien tener una guía.

Primero Soy humana y busco no olvidarlo, esto que comparto es parte de ese propósito.

Me llaman Antonia, desde que mis padres lo eligieron entre tantos otros nombres.

Ser parte de esta especie (única capaz de leer este mensaje, hasta lo que tengo entendido), es un hecho que me provoca una profunda curiosidad, sobre todo las formas que tenemos para expresamos. Cómo nos reconocemos en lo que otros expresan y cómo (co)creamos en ese intercambio de sentidos y significados, que construye el entramado de nuestra vida.

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